El vino tiene una curva de vida con fases bien diferenciadas. Esta curva toma forma de campana invertida y llega a su máximo al cabo de unos meses o años, dependiendo del vino en cuestión. A partir de ese momento, la curva decae con una mayor o menor rapidez hasta llegar a anularse. Es el momento en que un vino resulta imposible de beber o está “avinagrado”.

Hay vinos en los que este periodo se alcanza en meses y que enseguida dejan de ser idóneos para su consumo mientras que algunos grandes vinos tintos pueden llegar a superar los 40 a 50 años. Los grandes vinos generosos pueden incluso llegar a vivir en condiciones óptimas más allá de los 100 años.

La duración en botella

Los vinos rosados es recomendable que se consuma durante el año siguiente a su embotellado, aunque ciertos rosados pueden aguantar hasta los 2 años.

Un blanco joven es recomendable beberlo entre un año y dos después de su embotellado. Un blanco con crianza en barrica, puede extender su momento óptimo de consumo entre los tres y los cinco años.

El tinto joven  se recomienda consumir antes de dos años desde su embotellado. El tinto crianza puede extender su consumo óptimo entre los dos y cinco años una vez embotellado. Por su parte, el tinto reserva puede disfrutar de unos tiempos de guarda comprendidos entre los seis y diez años.

El vino tinto gran reserva es el que mayor tiempo de maduración puede alcanzar. El momento óptimo de consumo puede extenderse de media hasta los 15 años. Hay grandes reservas con gran calidad que pueden llegar a aguantar a lo largo de las décadas.

Los espumosos son vinos que con el paso del tiempo van perdiendo gas carbónico. Por ello, se recomienda consumirlos en el año, con un periodo máximo de dos años en buenas condiciones.