Son tres sugerencias para llenar el ocio del puente de la Almudena, cuya catedral está ahora tan de moda por motivos que nada tienen que ver con la religión, ni con la diversión, ni con la nutrición, ni con la lectura, ni con la embriaguez…
El restaurante… Hablo de la legendaria Tienda de vinos, más conocida como El Comunista. Sigue donde siempre ha estado: en Madrid, en la calle de Augusto Figueroa, a media altura. Se ganó el apodo en los años sesenta, cuando se convirtió en logia de las conjuras antifranquistas. No ha cambiado un ápice. Tiene la suprema elegancia y sencillez de eso que sólo otorga la pátina del tiempo. Lugares así son los que Pío Baroja describía en sus novelas. Fui yo quien descubrió por azar ese sitio en el invierno de 1959 y quien llevó a él a las gentes del Partido Comunista, en el que militaba a la sazón. Daba yo ese año una clase particular a un alumno del Liceo Francés avecindado en uno de los pisos del portal contiguo. Antes de subir solía tomarme un vaso de vino con una sardina para matar el gusanillo de la merienda. En mi primer libro, que nadie conoce (España viva, 1967, traducido al inglés, francés, italiano y alemán. Estaba yo en el exilio. Tuve que firmarlo con pseudónimo: Ramiro Delso. Lo publicó Jacobo Muchnik), lo mencioné y lo aconsejé. Era, y sigue siendo, muy barato, pero la comida que sirven es asombrosamente parecida a la que en mi niñez y mi adolescencia se servía en todas las familias de clase media. Sopa de cocido, acelgas, alcachofas, pisto, berenjenas, borrajas, gallos (de mar), salmonetes, gallina en pepitoria, conejos con tomate, natillas y cosas así. Cocina casera de verdad, al ciento por ciento, y agradable llaneza en el ambiente y en el servicio. En la Tienda de Vinos no hay lugar para las bullipolleces. Comer allí es como meterse en la máquina del tiempo, dicho sea para bien. Nota muy alta. Cum laude, claro; no cum fraude.
El vino: Magister Bibendi… Es de la Rioja. Me lo descubrió Pedro Garrido en su santuario vitivinícola de Arnedillo. Tinto, uva Graciano, reserva de 2010. Supongo que también lo habrá blanco y de otras añadas, pero yo sólo hablo del que he bebido. Potente y convincente. Lo dice alguien (yo) que en cuestión de vinos no es fácil de convencer. Si aquí dijese los que, entre los españoles, me gustan poco o nada, los lectores se llevarían las manos a la cabeza. No lo haré. Gracias, Pedro, por haber descorchado un día frente a mí una botella idéntica a la que ahora, en soledad, y con el libro de Álvaro Bermejo ante mis ojos, me dispongo a abrir y a degustar. Magister Bibendi, ya dije… Una joya que ayuda a ver sub specie aeterni las idioteces que en estos días funestos pululan, en España, por doquier.